Existen al menos tres problemas con dicha medida
dolarizante: i) permitiría el blanqueamiento de capitales de dudosa reputación
(especialmente si se habla de depósitos para recibir efectivo); ii) frenaría la
demanda por dólares de aquellos que hoy buscan incrementar divisas en sus cuentas
del exterior y que actualmente generan operaciones peso-dólar; y iii) sería la
primera rendija hacia una dolarización que genera peligrosos descalces
cambiarios y arruina las bondades de la flotación cambiaria que traemos desde
1999. Por ello, en vez de estar pensando en artificios financieros para atajar
la apreciación, el gobierno debería acelerar el gasto en infraestructura,
buscando una mejor dotación de bienes públicos fundamentales (incluyendo
puentes, vías, aeropuertos y hasta cárceles). Con ello lograríamos ganancias en
productividad y hasta suavizar la absorción, dado el prolongado horizonte con
que se ejecutan estos.